En un conversatorio sobre la crisis municipal en Asunción hace unos días, Annie hace una lectura institucional sobre la Municipalidad de Asunción: trabajan más para la institución que para la gente. Le proponemos conversar más. Esta es la entrevista que se dio con ella en la ONG GeAm (Gestión Ambiental para el Desarrollo Sustentable del Paraguay) en el Barrio Trinidad para pensar la relación entre salud mental y ciudad.
E´a: ¿Cómo te presentás?
Annie: Hice una formación profesional en arquitectura y en esa época y aun ahora, se liga mucho al arquitecto y a la arquitectura con los grandes costos, con las construcciones caras, con la clase alta. Y eso no me gustaba.
Un primer trabajo que hice se trataba de una reestructuración de un barrio ilegal de treinta y tres manzanas cerca del mercado de Abasto. Se organizó un equipo de ingenieros, abogados, promotores sociales y arquitectos. Fue muy interesante porque me daba la oportunidad para experimentar mi hipótesis de que la arquitectura puede servir a cualquiera que habite un espacio. Y, por otro lado, me inauguré en el equipo multidisciplinario que fue para mí muy significativo porque me daba cuenta que aprendía mucho más de las otras disciplinas que de mis propios colegas con los que tenía que trabajar.
Seguí trabajando en arquitectura popular unos años más y Después, por situaciones personales, a mí me empezó a doler demasiado esa realidad. Y no le podía ver a los niños llenos de llagas, porque me angustiaba y venía destrozada. Entonces empecé a trabajar más en la planificación ambiental de ciudades o de situaciones más complejas. Ahora enseño en la FADA-UNA .
Trabajé un tiempo en el Bañado Sur y ahí tuve una de las lecciones mayores sobre la participación: dejamos participar a la gente rica en la construcción de su espacio ¡pero no a la gente pobre! Y les queremos obligar a que vivan en espacios como nosotros vivimos y no respetamos su vaca, su chancho, su gallina, o sea, sus recursos. A mí se me ocurrió una propuesta (y por eso me apartaron): hacer esqueletos de cimientos, techos, baños e instalaciones, y que la gente vaya llenando con su puerta, su ventana, con lo que tienen, con todas sus cosas que corresponden a sus necesidades. Y hacer el esqueleto con las partes que ellos no pueden hacer solos dejar a su cargo lo que pueden hacer.
-¿Con qué argumento te apartaron?
-Porque era muy pro gente del barrio…
Lo que yo aprendí con esa experiencia y que tengo todavía atragantado y que algún día me voy a sentar a escribir es que el espacio es de quien lo habita, y tiene que tener su forma, sus recursos y su impronta. Su espacio no le puede ser ajeno. Y prueba de eso es que se hacen barrios de viviendas y en menos de un año vos pasás por ahí y es otro barrio, porque tiene otra forma, tiene otros adornos, le cambiaron la entrada, le pusieron su arte, su impronta.
Lo mismo pasó con los espacios públicos. Siempre la casa de los pobres es lo más chiquitita posible, como si no tuvieran las mismas necesidades espaciales nuestras. Entonces lo que peleo es porque los espacios públicos sean entonces más grandes. No puede haber viviendas populares en lotes de 50 m2 frente a calles de siete metros. Ellos tienen que tener calles mucho más anchas que nosotros porque la calle es el lugar de juego y de encuentro. La calle es el patio que no tienen.
En “Desarrollo a escala humana”, Manfred Max Neef decía que hay muchas necesidades fundamentales, que no es solamente comer, dormir y trabajar, y una de ellas es jugar…
Comer, dormir y trabajar suena a establo…
Annie: Sí, pero eso era lo que nosotros estudiábamos… el movimiento moderno decía que esas eran las cuatro necesidades fundamentales: comer, dormir, trabajar y creo que recrearse, algo así como que vivir era habitar una fábrica en serie. Pero estos señores, los de la Escala Humana, encontraron como dieciséis necesidades humanas fundamentales. Yo comparé esto con la realidad en las villas y ahí descubrí que la gente pobre no juega en su patio, sino en la vereda, ¡pero juega! Y los niños de la calle juegan en la esquina. En la esquina de la Avenida España y Aviadores del Chaco juegan a pesar del peligro y a pesar de todo. La clase media va al club o se encuentra en la confitería. La clase baja hace las mismas actividades, pero en distintos espacios. De ahí que pienso que el espacio público debe ser la calle también y no solamente la plaza.
Las plazas están teniendo un proceso muy privatizante. Empiezan las autoridades a ponerle rejas los vecinos aplauden que se pongan rejas para que no entren más lo indígenas o los drogadictos ¡Pero si ellos existen, existen en nuestra sociedad! ¿Por qué atacamos sus espacios y no descubrimos las causas? ¡En algún lugar tienen que estar! Si no duermen en las plazas van a dormir en la calle o en el palier de algún edificio. Asumamos que estamos juntos en sociedad y los espacios públicos son de todos.
Los condominios son supuestamente soluciones a esa segregación de clase en la ciudad, pero empiezan a constituir un peligro porque los que viven en condominios no saben vivir en sociedad. Había leído una evaluación que hicieron en Florida [Estados Unidos] en la que habían seguido la evolución de la vida de unos chicos que se criaron en condominios, estudiaron en condominios y después salieron y se fueron a la universidad y el informe contaba todos los problemas que tenían de adaptación por estar viviendo siempre en una burbuja que en algún momento desaparece y se descubre la verdadera vida social. Entonces yo decía: estos chicos de la calle son superiores a nuestros hijos que viven en burbujas. Ellos saben vivir la calle, huelen el peligro de un auto, huelen el peligro de otro ser humano más fuerte. Su capacidad de sobrevivencia nos supera ampliamente. Yo siempre le digo a mis hijos “ellos son más capos que nosotros; así que más vale copiarles que eludirles, porque ellos saben vivir en la ciudad. Y si esta es una ciudad difícil, peligrosa, ellos saben vivir mejor que nosotros, y los encerrados vamos a ser nosotros”. Una de mis pesadillas es que empiezan a enrejar los barrios, y ahí sí que vamos a estar muy jodidos.
Para mí el primer organizador social de Asunción es el miedo. Las tomas de decisiones están subordinadas a los miedos conscientes y no conscientes.
Un listado de tecnologías del miedo en Asunción: cámaras, alambrados, pytbull, guardias de seguridad.
Así que un tema es la construcción del otro como una amenaza, aunque ese otro sea básicamente un desconocido. Pero negamos el desconocimiento. Hay tanta construcción persecutoria que eso construye realidad. Pero después uno dice: en realidad yo no sé nada de esta persona.
-Ah siiii, la lógica es tengo miedo del otro porque no es igual a mí. Una vez trabajé con campesinos de Cordillera. Fue muy interesante. Yo tenía que hablar y trabajar con don fulanito y don menganito y entonces no me daban miedo, pero mis amigas del colegio decían: “va a haber manifestación de los campesinos, escóndanse, no salgan de sus casas.” Haber conocido a algunos campesinos me posibilitó perder el miedo a todos los que tenían esa profesión.
-Tenemos una propuesta que son los Talleres de cercanía comunitaria. Y ahí trabajamos la capacidad de conversación, la capacidad de escucha, la capacidad de romper la barrera del otro amenazante porque es muy diferente a mí, nos parecía importante ante propuestas estatales como “Chau chespi” o la hipervigilancia de los Linces…
-Asistí una vez a una charla de la policía en mi barrio cuando comenzaron los robos. Y ellos decían: no se escondan, no cierren la casa. Al contrario, abrir, preguntarles ¿qué querés? ¿por qué venís? Y enseguida se desarman y se van. No hay que ofrecer resistencia. Conocerles te hace perder el miedo. Siempre pensé que, así como a los médicos les hacen hacer una pasantía rural, ¿qué pasaría si todas las profesiones tienen que tener una pasantía rural o de otro ámbito?
Quiero retomar el tema del espacio público. Para mí, la función fundamental del espacio público, aunque siempre es compleja, es el aprendizaje de la convivencia con la diferencia. Vos diste muchos ejemplos. Urgentemente necesitamos lo abierto porque tenemos una intoxicación de lo cerrado. ¿Qué pensás?
-Sí, totalmente. Incluso física y socialmente, uno necesita ese aire fresco. En la plaza vos necesitás ese encuentro fresco, vos no sabés con quién te vas a encontrar. Esa sorpresa es fresca. Te vas a caminar al Ñu Guasu y no sabés con quién te vas a encontrar. Y esa ilusión de encontrarte, o de aprender algo, ver algo simpático, esperanzador o triste es lo que hace desafiante el espacio público. En tu casa ya sabés a quien le vas a encontrar. Si te vas al club, lo mismo. Lo que hace tan atractivo el espacio público es la sorpresa. Y es como un ensayo cívico, vos tenés que respetar el espacio del otro, sea quien sea y te guste o no te guste. Si un tipo está durmiendo en la mitad del caminero, vos tenés que frenar y desviarte. Con eso vos te das cuenta que esta es tu ciudad, y si no te gusta, tenés que aportar a la solución.
Carlos Skliar, pedagogo argentino, tiene un texto que se llama “Hablar con desconocidos”, donde dice una crianza sin ese contacto con lo desconocido, es una ternura menos. Porque desenternece construir al otro como amenazante.
Vos usás mucho dos palabras que son “sistémica” y “ambiente”. ¿Cómo relacionas ambas categorías con lo que estamos conversando sobre salud mental?
-Lo sistémico viene de la biología y refiere a un sistema vivo que nace crece, se reproduce y muere. Y es muy interesante porque se puede aplicar a muchos campos. Lo podemos aplicar a la ciudad, a nosotros mismos, a nuestro trabajo, a todas las cosas que hacemos.
Cada especie ayuda a equilibrar el ecosistema, hace algo útil a su hábitat, esa es su finalidad, ejemplo, las ranas se comen a los mosquitos para controlar sus excesos. El ser humano es la única especie que nace sin saber muy bien para qué. Y nos pasamos la vida buscando cuál es nuestro lugar en el ecosistema, qué es lo que podemos aportar y esa finalidad hace que queramos seguir viviendo, que tengamos que un funcionamiento interno, que tratemos de mantenernos sanos para seguir colaborando con nuestro ecosistema, que sería la comunidad.
Y eso es lo que yo le critico a la Municipalidad de Asunción, que perdió su función en el ecosistema y sen vez de mejorar la ciudad, se preocupa mucho en auto mantenerse y entra en entropía, mirándose el ombligo. La finalidad de la vida en comunidad (que es nuestro eco-sistema) está en el otro y a través del otro, en qué puedo aportar a mejorar, a equilibrar la comunidad. En ese sentido es mucho más rica la vida en las villas que en los condominios o en cualquier barrio, donde cada uno está encerrado en su casa. Nunca sentí tanto la vida como cuando trabajábamos para el Metrobus en el Mercado 4. Nunca escuché risas tan frescas y tan divertidas como la de las señoras, riéndose unas de otras, quizás riéndose de sus propias miserias o de lo poco que vendieron, pero era una risa mucho más vital que la que encontré en otras partes.
¿Y medioambiente y salud mental?
– La historia del medio ambiente es algo medio molesta porque pareciera que fuera la mitad que está afuera de nosotros. Y nosotros participamos del ambiente. No es solamente el aire, el agua, el suelo, la flora y la fauna (acá entramos nosotros). Nosotros somos parte del ambiente, no es todo lo que está afuera. Y bueno, hay muchas cosas que enferman. Yo creo que lo que más enferma es olvidarte que sos un sistema, olvidarte que tenés que colaborar con tu ecosistema, y de que vos sos uno más. El otro puede ser diferente, pero todos somos parte y estamos colaborando para que eso equilibre y nos permita seguir viviendo nosotros y los que vendrán. Cuando nos olvidamos y creemos que somos el centro del universo o lo contrario que somos el marginado del universo, es cuando entramos en entropía.
Por eso tenemos que conocer al que es diferente, porque gracias al otro, salimos de la entropía y seguimos viviendo y creciendo.
¿Cuál sería para vos la salida de Asunción?
-Y la salida de Asunción es que tiene que aceptar que acá vive mucha gente, y gente diferente. Y si hay gente que quiere vivir encerrada, pues que haya barrios cerrados; y si hay gente que le gusta vivir en barrios abiertos, que haya barrios abiertos. Y si hay gente que le gusta vivir al costado del arroyo, que ayudemos a que lo haga bien, sin peligro, pero que todos tengamos los mismos derechos a participar en la construcción de nuestro barrio. Yo he conocido barrios donde los vecinos no querían que pase la cloaca porque había que pagar. Entonces, inventemos, veamos cómo se puede solucionar el problema del desagüe cloacal sin tener que pagar y pasar por la red pública. Se pueden pensar en sistemas cloacales por ejemplo condominiales que la colectividad maneje, entonces se hace responsable de su barrio y de sus decisiones. Pero que la ciudad muestre el variopinto que somos.
Si quieren algunos vivir en casas con patios y pueden pagarlo, que vivan, si quieren vivir en barrios cerrados, en edificios, genial que haya de todo lo que necesitemos para vivir pero que no se hagan edificios en los que nadie quiere vivir. Un edificio de setenta pisos vacío, para mí no tiene sentido, eso no es arquitectura. Si no está habitado no es arquitectura no hace ciudad, peor: degrada nuestra ciudad.
Y dentro del Área Metropolitana hay muchos lugares que son diferentes entre sí. Emboscada no es igual que Limpio. Limpio no es igual que Areguá. Y me molesta mucho que cuando el Estado construye viviendas como con sellos: “ah, esta es la vivienda popular chas, chas, chas”, pone iguales viviendas para todos. Lo mismo con las escuelas, aunque haya escuelas pre-existentes le pone el sello al lado aunque no coincida para nada.
Una de las cosas que me gusta mucho, y creo que hay que atender, es esa pre-existencia, las formas pre-existentes, la historia pre-existente, porque es la continuidad la que hace sistema. Odio que me digan “si no te gustan las leyes te podés ir del país”. NO, yo me quiero quedar y quiero intercambiar, hasta contigo. Odio esa gente que no quiere jugar ping pong con el desigual, si es ahí donde se puede aprender y crecer y cambiar y eso es vivir.
*Psiquiatra comunitario. Antropólogo social. Investigador en Salud mental comunitaria.
[1] Facultad de Arquitectura, Diseño y Arte, de la Universidad Nacional de Asunción.